31 diciembre 2006

ENSOÑACIÓN

Entre viejos abetos con sudario de nieve, un nudo de nubes amordaza las últimas estrellas.
El silencio del bosque espanta los centauros de colores que duermen sobre las zarzamoras.
Las mariposas que se perdieron por dédalos misteriosos en la primavera pasada, esperan la llegada de las flores de orégano, adorno de las montañas.
Los cuervos, portadores de almas condenadas, señalan el camino que lleva al otro lado del ocaso.
Perfumes de abril miran por doquier bajo un fardo de dudas, a las cigarras que custodian el umbral del paraíso.
En este momento, detenido en la pureza del paisaje, percibo el olor de tu piel como un perro olfatea el de su presa. Y recuerdo sobre tu vientre, trazos trenzados de un pentagrama imposible. Eran los últimos poemas de amor, que precipitaron de golpe mi tórrida pasión. Una recóndita música de pétalos y lluvia, para olvidar tus silencios que hozaron mi alma como jabalís hambrientos, surgió de aquellos versos.
Jamás te mentí. Creí saberme adivinado. Pero, el engaño estaba a mi vera, y yo no lo veía.
Se vuelve triste el valle. El pasado se pierde entre el rumor de los pinos. Siete cuervos se han posado en el dolmen. La sombra de los cuervos es alargada, negra y misteriosa, como la del dolmen que dibuja símbolos mágicos sobre la tierra.
Jóvenes cogidas de las manos se acercan cantando. Blanca luna es su piel, cielo dormido sus ojos y mies, sus largos cabellos al viento; collares de flores rojas acarician pechos desnudos cuando la danza hechicera comienza alrededor del dolmen milenario.
Tras un corto caminar del astro Sol, los negros cuervos permanecen quietos mirando a las siete mujeres. Ni el dolmen, ni los cuervos, ni las jóvenes, ni yo tenemos sombras. El sol se ha ocultado, permanece límpida una luz rojiza, han cesado los trinos de las aves y las hojas de los árboles han dejado de temblar.
Unidas, permanecen en corro con los brazos levantados, quietas como los cuervos quietos. Todo el valle es un viento quieto carmesí, que cubre el último aliento de la tierra.
Los colores verdes del pinar se acercan en círculos seguidos por los ocres arrancados a los troncos y ramas que escapan de los azules del atardecer. Se han colocado envolviendo a mujeres, cuervos y al dolmen que brilla con fulgor de oro.
Las montañas, los ríos, el valle y el infinito parece que llevan, olvido, tristeza y desolación. Torbellinos de color y silencio, son últimos suspiros en la orilla de la eternidad.
La noche está llegando de puntillas, la luna grande da tintes de tragedia bordada con rayos blancos que cada vez se hacen más espesos.
Todo estalla. Los colores retornan a su sitio, los cuervos inician el vuelo. Las muchachas camino del río se sumergen en el agua y se convierten en espuma que acaricia piedras y orillas, y yo regreso.
Los gorriones con sus vuelos anárquicos y sus trinos de despedida, alegran la campiña, que presenta un aspecto hermoso con el color esmeralda de una espléndida cosecha.
Regreso de la ensoñación a la realidad, una senda estrecha y sinuosa me lleva a la carretera general. Recordé el pensamiento de uno de los siete sabios de Grecia: NO DESEES LO IMPOSIBLE.

ATHO


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