09 septiembre 2009

DESPEDIDA DEL SEÑOR DE BARBUTANIA




Las ranas contemplan cerezos y almendros. Mientras, las golondrinas abandonan la neblina para recorrer un día largo.

-¡Mi vida ya no se teñirá de poesía! –exclama el caballero arrodillado ante la dama del castillo.
-¿Cómo decís vos, mi señor, teñir? Vuestra vida es la poesía. Vuestros relatos y poemas me cubren con su manto. Me transportan al mundo de las hadas y los elfos. Allí me encuentro segura.
-Dejadme recostar sobre la alfombra de vuestro cuerpo, debo de estar descansado para la batalla, mi hermosa dama.
-Espero que el rocío de mis fragancias os cubra de una nueva música de amor.
Las últimas prendas íntimas duermen a los pies de los amantes.
-Siento vuestro dulce azul que se derrama por todo mi cuerpo -exclama el caballero temblando de pasión.
-¡Ah! Mi valiente caballero, halcones dorados, con sus alas, cosquillas hacen temblar mi vientre. Vos, mi señor de Barbutania me está elevando a la cúspide del placer. No quiero bajarme. Vos, no quiere soltarme y yo, no quiero soltarle.
-No oigo el trino de los pájaros, ni el de vuestros besos, mi dulce amor -le contesta, como un joven quejumbroso.
Los cuerpos desnudos acogen las primeras luces de la mañana, se han colado por los vitrales del aposento.
-Los caballeros de mi reino, miran lejos y diferente. Mi adorado Parsifal, perciba como escalo vuestra espalda con mis besos sin ahuyentar vuestros sueños de aventura -la castellana, le dice con ternura.

Los relámpagos espantan las neblinas que no dejan ver las lluvias, y los grillos se ocultan en los carrizos.

-Me da miedo verme luchando contra mis amigos los moros de Granada. Pero, lo que más pesa es una vida sin vos, condesa de Foix.
-Mirad hacia dentro, mi señor, es tan rico el panorama... aunque nadie lo sospeche, somos el uno para el otro. La soledad, el vacío, no existe.

Dentro del aposento, el silencio de los muros, fuera, el bullicio de los villanos. Sobre la mesa, un yelmo y una espada.

-Veo nieve todavía en los picos de las Tres Sorores… ¿Es verdad que los amores prohibidos se convierten en estrellas?... Mi hermosa dama, su marido el conde, me estará esperando, debemos partir a la conquista, no sé si volveré. En la torre más alta de Granada colocaré el pañuelo que me dejó sobre la lanza en la Justa de despedida. No haga más duro el partir. Mi caballo piafa -el caballero le habla puesto de pié al lado del ventanal.

Se abrazan. Tanto la besa, que le hace temblar de placer.

El sonido de trompetas llamando a las huestes del Sobrarbe, interrumpe la escena. Andregoto, el escudero, abre la puerta de la estancia condal, y tras los saludos de protocolo, coge la espada y el yelmo de su señor, y lo acompaña hasta su montura.

La dama despide, a su marido y a su amante, sonriendo, desde la almena del castillo.

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